la cueva del oso

Esta tarde, después de comer me he ido a una casita rural que hay por el campo de Cartagena (zona de Cuesta Blanca) donde tenía una reunión, con compañeros y amigos de la Escuela “Insignia de Madera”. Cuando he llegado no había llegado todavía ningún compañero (menudo plantón de casi dos horas) y he ido a pasearme para ver si veía la famosa “Torre del Moro” que está situada por esta zona. No he visto la torre ni nada que pueda parecerse.
En un pequeño descanso que he hecho para fumarme un cigarro he estado observando de lejos a un niño (6 ó 7 años) que estaba jugando solo en la puerta de su casa. El niño no paraba de moverse imitando los movimientos de una pelea (tipo manga o algo de eso…) entre él y un contrincante imaginario. Golpe bajo, parada en alto, clavar el codo y golpe simultáneo con la rodilla, vuellta rápida y lanzamiento de puño… todo un repertorio de golpes, patadas y puñetazos, aderezados con gritos tipo karate. El niño estaba sólo, pero se le veía gozoso… estaba jugando.
Me he retirado discretamente sin que el niño me viese (no quería cortarle su historia) y he vuelto sobre mis pasos de regreso a la casita rural. Por el camino he ido reflexionando un poco conmigo mismo: ¿cuando dejamos de ser niños?, ¿cuando nos hacemos viejos?
Y sabéis lo que pienso: que nos hacemos viejos cuando nos damos cuenta de que algunos de nuestros sueños, ya nunca se harán realidad. Por eso, creo que soy viejo desde hace unos cuantos años, pero como diría mi amigo Fon: hasta la victoria… siempre.